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Imagen Ilustrativa

A bordo de una lancha, un puñado de biólogos marinos se propone atender a los “gritos desesperados” que vienen de las profundidades del mar.  La vital escena ocurre -discretamente para muchos- en el Golfo de Nicoya, a unos 20 metros de profundidad. En cada inmersión estará en juego el futuro de nuestros ecosistemas marinos y el sustento de muchos hogares.

SOS desde el mar

Las estadísticas planetarias son preocupantes: en los últimos 40 años, la población de mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces se redujo en un 60%, mientras que la cantidad de arrecifes coralinos disminuyó a la mitad. Así lo concluye el más reciente Informe Planeta Vivo del Fondo Mundial de la Vida Silvestre (WWF, por sus siglas en inglés).

El mismo reporte también señala que las poblaciones en los ecosistemas marinos han bajado un 83% desde 1980. Conscientes de estas turbias cifras, biólogos marinos de la Universidad Nacional (UNA) lideran desde hace varios años una titánica iniciativa llamada “El estado de salud de los ecosistemas de arrecifes rocosos de las áreas marinas protegidas del Pacífico Norte costarricense”. A punta de buceos, el proyecto se propone “monitorear la cantidad y tipo de recurso marino; contabilizar, medir y apuntar todo lo que veamos”, explica Karol Ulate, bióloga marina de la UNA.

Diagnóstico urgente

Como si se tratara de médicos, periódicamente estos biólogos descienden a profundidades que van de los 20 a los 5 metros: equipo de buceo, tablas acrílicas, cámaras submarinas, instrumentos para la estimación de tamaños, son parte de las herramientas científicas de las que disponen: “esta por ejemplo es una tabla con una lista de unas 60 especies comunes, pero no quiere decir que vamos a encontrar solo estas, puede ser que veamos otras, entonces vamos anotando en ellas la cantidad de organismos que identifiquemos. Todo esto lo hacemos bajo el agua, el acrílico permite escribir bajo el agua”, añade Andrea García, bióloga marina de la UNA.

Adicionalmente, “un sensor a bordo de la embarcación que traslada a los buzos, genera dos ondas en forma de cono, gracias a las cuales se puede leer e interpretar lo que está pasando a los lados de la lancha, así como contar con indicadores importantes que describen el entorno físico de las profundidades”, comenta Hannia Vega, quién también es bióloga marina de la UNA.

De regreso a la superficie, y gracias a la estadística, los científicos se abocan a realizar estimaciones, de tal modo que los datos permitan hacer proyecciones más globales acerca del status de estos ecosistemas. “Con todas estas observaciones y cifras deducimos la salud de nuestras costas, que al final son importantes en términos biológicos como económicos para muchas comunidades que viven del mar”, sostiene Fausto Arias, biólogo marino de la UNA.

¿Estamos a tiempo?

El proyecto está en pleno desarrollo, y al menos por dos años más. Será entonces cuando las autoridades ambientales puedan tener de primera mano los resultados.

Sin embargo desde hoy se respiran aires de optimismo, en el tanto las investigaciones científicas puedan impactar una política pública “que por años le ha dado la espalda al mar”, asegura Andrés Jiménez, biólogo del Sistema Nacional de Áreas de Conservación del Ministerio de Ambiente y  Energía (SINAC-MINAE). Así por ejemplo, según el mismo Jiménez: “si en estos trabajos de monitoreo vemos que la biodiversidad es más rica en un área protegida que aquí, la Isla Tortuga donde estamos, podemos decir entonces que los esfuerzos que hacemos son exitosos, sino es así, es como una alerta para nosotros que nos dice que hay que mejorar”.

El mismo proyecto, en su propuesta académica, advierte la importancia de las labores de investigación conjunta: “este tipo de estudios llevados a cabo con la participación del sector académico y el acompañamiento del sector administrativo gubernamental, constituyen fórmulas cuyos resultados pueden generar impactos positivos para la administración de las Áreas Marinas protegidas. Costa Rica en su Plan Nacional de Desarrollo 2015-2018, apunta a que es fundamental la integración entre las instituciones estatales y la academia, para hacer una gestión oportuna y viable de la biodiversidad”.

Dicho Plan señala que Costa Rica se ha enfrentado a una gestión descoordinada de los espacios marinos y costeros, con una visión parcial y fragmentada, que refuerza una cultura predominante que no valora la gran importancia del mar para el desarrollo del país y de sus comunidades costeras. El Plan Nacional de Desarrollo 2015-2018 concluye que predomina una visión de corto plazo con una cultura nacional del mar poco desarrollada que no favorece la generación o aprovechamiento de las oportunidades productivas sostenibles, más allá de la pesca y el turismo, ni la distribución justa y equitativa de sus beneficios, agudizando las situaciones socioeconómicas problemáticas como la exclusión social, la exposición a los riesgos y la sobreexplotación especialmente en la zona costera.


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